Esta no fue una tarde cualquiera, tampoco el te, o la torta, ni los finos waffles que estaban en la mesa, tan bien servida, con tanto amor y tanta amabilidad preparados.
Llegar y abrazar a esa amiga que desde hace fácilmente cuarenta años que no veía , me hizo sentir extraña.
Como si el tiempo se detuviera, y todas las cosas se produjeran en cámara lenta, el abrazo, el mirarnos a los ojos, el reencuentro.
Tanta vida. Su casa anfitriona, llena de su vida, sus cuadros, con sonrisas de hijos y nietos, sus nervios por la emoción, y las ganas de contarnos todos estos años en pocos minutos.
Luego de un momento, otra querida amiga llegó al encuentro, somos tres emociones en una, si bien se nos nota la vida y el tiempo en los rostros, nuestros ojos son los mismos de aquellos días adolescentes.
Si, tal vez nuestros cuerpos cambiaron, pero me di cuenta en estos momentos que nuestra escancia seguía firme, que aún creemos en las cosas buenas, en un mundo mejor, que sólo esperamos crecer en el espíritu, y que aunque pasara el tiempo no dejamos de querernos.
Esta tarde de te, es como un regalo del destino, que después de tanto tiempo nos permite abrazarnos, y compartir momentos impensados.
Además fuimos bien acompañadas con un gentil hombre, que compartió esta gran alegría con nosotras.
Un esposo compañero y contenedor, tres amigas de la infancia muy emocionadas, y la llovizna que nos acompañó a saborear ese rico te, hicieron de esa tarde un momento inolvidable.
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